Para muchas, la marcha del 8M puede ser la oportunidad, tal vez la única, de salir del encierro, la opresión y las violencias. Por eso es una fecha tan relevante, más allá de las implicancias políticas, porque puede ser un hecho transformador. Por eso es fiesta.
Por Micaela Kamien / Fotos: Celeste Ferreiro
El 8M puede ser el día en que cambie tu vida. Más allá de todos sus sentidos, sus implicancias, sus lecturas políticas, el 8M puede ser EL día, así con mayúsculas, en el que se transforme tu vida. Es un día de oportunidad, porque para muchas (tantas) significó el momento en que tomamos conciencia – y la conciencia, a su vez, nos tomó el cuerpo- de que ya no íbamos a seguir soportando tanto dolor, violencias e injusticia.
Es ahí, en las calles, en la marcha de cuerpos sudados, de mujeres y diversidades amuchadas, abrazadas, que cantan y le gritan “basta” a la violencia machista, es ahí cuando tantas nos unimos al grito colectivo y lo repetimos silenciosas hacia adentro: basta.
El 8M ha sido, y sigo siendo, una fecha de oportunidad. Es tal vez ese día y ahí, solo ahí, en que muchas decidimos salir de las jaulas de la sumisión y el miedo.

Esa marea de cuerpos danzantes que, como tribu, lanza flechas de fuego y se abre camino en medio de la ciudad rutinaria y opaca, es la que empieza a resonar adentro de cada una y nos envalentona. Nada de eso se dice. Se siente. Se respira.
Hoy leí una nota de la escritora Belén López Peiró que tenía como título ‘Por qué volvías cada 8 de marzo’. Ahí relata qué le pasó la primera vez que participó en una marcha de Ni Una Menos, y cuenta cómo las marchas le cambiaron la vida:
“En junio por primera vez me animé a bajar y a recorrer sola la marcha. Me sentía una hoja en blanco, trataba de prestar atención a cada detalle, qué decían los carteles, los cánticos, qué inscripciones había en los cuerpos de las chicas desnudas, cuáles eran las figuras de los cuerpos muertos que pintaban en el suelo, por qué había tantas chicas jóvenes, por qué yo no las había cruzado antes. Me acerqué a la bandera de Ni Una Menos pero no conocía a nadie ni me animaba a presentarme o a pedirles ayuda, el solo hecho de verlas marchando y luchando por una causa que también era mía ya me daba coraje, y entendí que no todas podíamos gritarlo aunque puertas adentro pusiéramos el cuerpo. (…)
Así empecé a escribir los primeros textos de un libro, así empecé a reconocer que yo misma, en primera persona, había vivido los abusos, y a entender que eso no era una marca, una huella en el cuerpo que me invalidaba sino que, al contrario, me empoderaba y me permitía transformar ese abuso en algo grande, para que mi vida no termine ahí sino que recién empiece, para hacer de ese hecho que no elegí algo valioso, una justicia personal: un ‘Por qué volvías cada verano’.” (Por qué volvías cada 8 de marzo – Revista Anfibia)

El 8M en las calles es fiesta, aunque se lloren los femicidios y las injusticias, aunque lloremos por dentro las propias violencias que vivimos en casa. Es fiesta porque abre la puerta para salir del horror.
Cada vez que llego a una nueva marcha se pone en carne viva eso que sentí la primera vez que fui. Se me cierra el pecho de emoción, se me abre el pecho de fuerza. Me voy metiendo entre los bailes, zigzagueo entre los cuerpos pintados, entre las caras sonrientes llenas glitter, entre los bombos y platillos, el olor a chori y a Paty, el humo con olor a fritanga que se te hunde en la piel, me voy metiendo como en el juego de la soga del patio de la escuela, cuando había que animarse y lanzarse a saltar, y una vez adentro, mientras estás saltando, sonreís. Ya estás ahí. Sos parte de esa marea que abraza y salva.
El feminismo salva, dicen. Es cierto. Y en las marchas del 8M y de Ni Una Menos el feminismo se hace cuerpo. Por eso son marchas de oportunidad, porque tal vez ese día y sólo ese día, sin haber leído nada sobre feminismo, sin haber hablado con nadie de las violencias que vivís cada día en tu casa, es el día en que decidís que eso que pasa ahí adentro donde dormís cada noche ya no vas a soportarlo nunca más, y que tu historia es la de tantas otras, que lo tuyo no es un hecho aislado, que hay una cultura patriarcal que camina a paso violento y se mete en las camas, sin casi darte cuenta. Es el día en que entendés que ya no estás sola. Y cuando ves a las demás bailar en medio de una Avenida de Mayo que ya no es del tránsito sino de esos cuerpos exultantes y coloridos, querés sumarte al baile de la libertad. Para siempre.