Simone De Beauvoir

ENTREVISTAS / SIMONE DE BEAUVOIR

La vida doméstica es lo más opresor

“Escapé a la servidumbre de la vida doméstica. La primera condición para que una mujer sea libre es que tenga independencia económica”. A 112 años del nacimiento de Simone de Beauvoir, publicamos una de las pocas notas que dio a un medio televisivo. Imperdible.

“No se nace mujer, se llega a serlo. Ser mujer no es un hecho natural, es el resultado de una historia”. Así hablaba Simone de Beauvoir a mediados del siglo pasado.

Hoy, en QUERIDAS, como homenaje a la gran novelista y filósofa francesa, la que revolucionó el mundo intelectual y escribió lo que sería una de las obras fundacionales de la segunda ola del feminismo (El Segundo Sexo, 1949), publicamos parte de una de las pocas entrevistas televisivas que concedió. Así hablaba en abril de 1975 con el periodista Jean Louis Servan Schreiber.

¿Podría explicarme la idea “no se nace mujer, se hace”?

No existe ningún instinto biológico o psicológico que defina a la mujer como tal. Es la historia la que la construye. Primero, la historia de una civilización que determina su situación actual. Y, por otra parte, para cada mujer particular, es la historia de su vida, de su infancia la que la determina como mujer, la que crea en ella la “feminidad”.

“Nunca quise casarme ni tener hijos, no he tenido una vida doméstica, que es lo más opresor para la condición femenina. Escapé a esa servidumbre”.

¿Dónde traza el origen de la opresión a las mujeres?

Se remonta a los albores del tiempo. Hay que partir de la idea de que existía la escasez, de que no existían suficientes recursos para todo el mundo. Hubo un momento en los albores del tiempo en el que el físico contaba enormemente, los más fuertes se apropiaban el poder para conseguir también una preeminencia económica, para ser básicamente los que siempre estaban seguros de comer.
En China, por ejemplo, donde había mucha pobreza, se dejaba morir, se mataba a las niñas pequeñas y se impedía a las mujeres participar en la producción, de forma que el hombre tuviera todo entre manos. Por ejemplo, en los inicios de la Edad Media las mujeres tenían mucho poder como médicos, conocían muchos remedios, hierbas muy valiosas. Pues bien, los hombres les arrebataron la medicina. Todas las persecuciones contra las brujas estuvieron esencialmente fundadas en esta voluntad de los hombres de apartar a la mujer de la medicina y del poder que ésta les daba. Después, en los siglos XVI y XVII, hubo reglamentos que prohibían rigurosamente, bajo pena de muerte o de multa, que la mujer ejerciera la medicina si no había estudiado en ciertas escuelas donde no se las aceptaba. Las mujeres fueron relegadas al rol de enfermera, comadrona o asistenta.
Si nos centramos en otros ámbitos, comprobaríamos que se han producido los mismos procesos. Ahora, la voluntad es más la de mantener ciertas barreras cuando la mujer quiere acceder a ciertas cualificaciones o a ciertos poderes.

“Para mí lo esencial es tener independencia económica. Sé que es muy difícil, puesto que se les impone al mismo tiempo el cuidado de la intimidad. Pero es la primera condición para tener también una independencia interior, moral, mental”.

En sus memorias dice que recién escribiendo El Segundo Sexo se dio cuenta de que descubría esta situación. ¿Por qué no antes?

Porque he vivido mi propia condición, la de intelectual que tenía la suerte de ejercer una profesión donde no había competición con los hombres, ya que la enseñanza está abierta a ambos. Como tampoco nunca quise casarme ni tener hijos, no he tenido una vida doméstica que es lo más opresor para la condición femenina. Había escapado a la servidumbre que implica la condición femenina. Más tarde, cuando empecé a reflexionar, a mirar a mi alrededor, vi la verdad sobre la condición femenina.

Habla usted de la educación de las mujeres en la “tierna infancia” como algo que después es difícil de despegar. ¿A qué edad es esto?

En el libro de la pediatra italiana Belotti se enseña que al amamantar, la madre no lo hace igual con la niña que con el niño. Se incentiva una cierta manera de mamar mucho más agresiva en el niño que en la niña. Cuando luego el niño toma iniciativas independientes o insolentes o quiere ciertas cosas, se le incentiva. En cambio, a la niña se la pone en su sitio enseguida.

Entonces, ¿son las madres las que inician esta discriminación?

En gran parte, sí. Son hijas de la Mujer y cuidan esta tradición. Tienen tan anclado este modelo femenino que imaginan que una mujer que no sea como ellas es un monstruo. Y quieren, por tanto, que la niña sea muy femenina. Pero, a la vez, lo hacen bajo la presión evidente de los hombres. Son ellos los que han enseñado a las mujeres a comportarse como dependientes, pasivas, sumisas, etcétera.

¿No será también una razón puramente económica?

Por supuesto, es una condición económica, pero que viene siempre de lo que decía antes. En las profesiones superiores, los hombres se han esforzado por persuadir a las mujeres de que no debían sufrir económicamente, de que tenían que apoyarse en un marido y ocuparse del trabajo doméstico. Una de las claves de la condición impuesta de la mujer es este trabajo que les extorsiona. Un trabajo no asalariado, no pagado, que le permite solamente ser mantenida más o menos miserablemente por su marido. Si las mujeres hiciesen una revolución en el ámbito del trabajo doméstico, si lo rechazaran, si obligaran al hombre a hacerlo con ellas, si dejase de ser un trabajo clandestino al que están, por así decirlo, condenadas, ya que pasarse toda su vida en un trabajo que no tiene nada de productivo es una condena, toda la sociedad se transformaría.

“Sería necesario que los hombres tomasen parte del cuidado del hogar y de la educación de los hijos, exactamente de la misma forma que las mujeres. Tendrían que compartir TODAS las tareas”.

Dice que “no tiene nada de productivo”, pero hay muchas mujeres que piensan que la educación de sus hijos es algo que cuenta.

No he dicho que no cuente, he dicho que no es productivo, que no produce valor económico. Este trabajo es quizás muy enriquecedor, pero en realidad existe una gran dependencia. La mujer sólo puede realizarlo si es mantenida por un marido que se gane la vida. Y si el marido se cansa de su mujer o encuentra a otra o simplemente se produce una separación, ella se queda sin recursos.
Usted dice que no hay que esperar a la revolución para tratar de cambiar la situación. ¿Son buenas las medidas que pueda tomar el gobierno, hasta las que parecen un tímido principio?
No, todo no es bueno. Hay veces que lo que se les ofrece a las mujeres son pequeñas concesiones. Es una manera de desmovilizarlas. Hacerles creer que se hace algo, cuando en realidad no se hace nada. Es una manera de suprimir la lucha de la mujer. No podemos esperar que el gobierno, que es favorable al orden actual, dé satisfacción a las mujeres que reclaman un cambio tan grande que perturbaría ese orden.

¿Qué pasa en la militancia de las mujeres?

En el ‘68 muchas mujeres comenzaron a trabajar en los grupos de izquierda. Y se dieron cuenta de que incluso entre sus camaradas, políticamente en el mismo plano que ellas, eran tratadas siempre como mujeres, que era el hombre el que hacía el discurso y la mujer la que lo tecleaba, era el hombre el que discutía con sus camaradas y ella la que preparaba el café. Esto llevó a una toma de conciencia muy, muy fuerte. Juntémonos nosotras las mujeres y obtengamos cambios en nuestro estatuto mediante nuestra propia lucha.
¿Cómo explica que la izquierda no sea mucho más feminista que el resto de la población?
Porque la izquierda también está dominada por los hombres y éstos no tienen jamás ningún interés en pisotear sus privilegios. Los privilegiados siempre quieren mantener sus privilegios. Es natural. Los hombres son unos privilegiados tanto en el Partido Comunista como en el Partido Socialista, como en cualquier otro partido. Y por tanto, actúan como tales y no como personas de izquierda.

Pero, ¿no halla a hombres que son capaces de asimilar estos problemas de las mujeres?

Lo asimilan en parte, pero es muy raro que un hombre pueda comprender la experiencia de lo vivido por una mujer, porque precisamente no lo han vivido. Tomo como ejemplo pequeñas cosas. La calle pertenece a todo el mundo, pero en realidad una mujer joven, guapa o fea, eso no importa, puede muy difícilmente pasadas las ocho o las nueve de la tarde, pasearse sola deambulando por la calle. Incluso durante el día le causa un problema, porque la seguirán, la interpelarán de tal manera que a menudo preferirá volver a casa. Pues bien, cuando se le cuenta esto a los hombres, sonríen sin sorprenderse: “Yo nunca he hecho eso, nunca he seguido a una mujer, no soy un buitre”. En fin, no se dan para nada cuenta de la coacción que puede ser para una mujer el sentirse todo el tiempo más o menos en peligro. Muchas mujeres que desairean a alguien que les sigue, se llevan una buena ostia o un golpe.

Muchos hombres dicen que son ellos los que tienen que trabajar ocho horas en la fábrica o en el despacho y que las mujeres tienen un bello papel que intercambiarían con gusto.

Dicho eso, si se les propone, no quieren para nada cambiarse. Por muchas razones. De entrada, el trabajo doméstico de las obreras con varios hijos y con poco dinero es extremadamente cansador. Más que las ocho horas de fábrica. Además, el día en el que el hombre se cansa o quiere marcharse o le parece que es una carga muy dura mantener a su mujer y sus hijos, puede irse de un día para otro y siempre encontrará cómo buscarse la vida. Ella se quedará sin nada.

“Cuántas veces he recibido cartas de mujeres que no tienen el derecho de ir a ver ni a una amiga, ni siquiera a sus padres, sin que el marido las acompañe. Ellos pretenden que lo hacen por amor, para compartirlo todo con ella, pero es una auténtica tiranía”.

¿Usted aconsejaría a las mujeres elegir la solución, por el momento, de la libertad individual? Es decir, no os caséis, no tengáis hijos. De esta forma, seréis libres. Pero la gente tiene tendencia a casarse, a no estar sola. Y además, tener hijos es más bien agradable. ¿Entonces?

Sería necesario que los hombres tomasen parte del cuidado del hogar y de la educación de los hijos, exactamente de la misma forma que las mujeres. Tendría que compartir todas las tareas. Sería necesario también que el hombre renunciase a la autoridad que pretende ejercer sobre la mujer. Cuántas veces he recibido cartas de mujeres que no tienen el derecho de ir a ver ni a una amiga, ni siquiera a sus padres o a quien sea, sin que el marido las acompañe. Ellos pretenden que lo hacen por amor, para compartirlo todo con ella, pero es una auténtica tiranía. Una vez recibí una carta de una mujer que me decía “os escribo vigilando por la ventana si mi marido sale o no del café de enfrente, porque cuando salga, esconderé esta carta. Se volvería loco de rabia si piensa que os escribo. No sé cómo me las apañaré para sacarla de la casa”. Era una carta bastante larga. Me escribía unas 30 o 40 páginas. Necesitaba desahogarse. “Y si me contesta, respóndame como la señora Fulanita”. En fin, este sigilo, estas conductas sin dignidad son impuestas a las mujeres por la tiranía de algunos hombres.

Estos casos que usted cita ocurren más a menudo en los países latinoamericanos que en Francia, porque aquí hay una educación que ha vuelto a la gente un poco más civilizada.

Es muy optimista. Sé que en algunos barrios, las mujeres de los obreros, no obreras ellas mismas, sino mujeres que permanecen en casa, si cometen la desgracia de ir tomar un café a casa de la vecina y el marido se entera, viven luego escenas aterradoras. La mujer debe quedarse en casa, no hablar con nadie y ocuparse todo el tiempo de su casa y de sus hijos. Esta tiranía se ejerce tanto en la clase obrera como en la pequeña burguesía o en la burguesía. Está muy, muy, muy extendida.

Entonces, ¿para las mujeres lo esencial es tener esa independencia que da el trabajo y el hecho de ganarse la vida?

Para mí, sí. Para mí lo esencial, sean las que sean las dificultades, es tener independencia económica. Sé que se les hace pagar muy caro, puesto que se les impone al mismo tiempo el cuidado de la intimidad. Pero es la primera condición para tener también una independencia interior, moral, mental. Porque sin ésta están obligadas a tener las ideas de sus maridos, a someterse a los caprichos y deseos de sus maridos, etc. Están obligadas a permanecer con sus maridos, incluso cuando ya no sienten nada por ellos, lo cual es una situación que no es más digna de elogio que la propia prostitución. Una mujer que se queda con su marido únicamente por el dinero, porque ella no tiene los medios para buscarse la vida por ella misma, es una mujer que ha abdicado de su valor y su dignidad como ser humano. Por lo tanto, lo que aconsejaría a todas las mujeres es que trabajen, que obtengan la cualificación más alta que puedan y que tengan un trabajo lo más interesante posible, pero, sobre todo, un trabajo que les asegure la independencia económica. Y esto es muy difícil todavía hoy porque la desigualdad es flagrante. Y más si se tiene en cuenta que los padres siguen pensando “bueno, la chica de todas maneras se casará, no es necesario sacrificarse mucho por ella, haremos los sacrificios por su hermano”. Es una injusticia que lleva a muchas mujeres a una revuelta muy profunda cuando tienen realmente el deseo de llegar a ser alguien, a hacer algo interesante, y se les niegan los medios para dárselo sólo al chico, que a veces es menos talentoso y menos capaz.

“Una mujer que se queda con su marido únicamente por el dinero, porque ella no tiene los medios para buscarse la vida, es una mujer que ha abdicado de su valor y su dignidad como ser humano”.

¿Existe una discriminación en los colegios mixtos?

Hay discriminaciones en los libros de texto que se les entregan a los niños y a las niñas, incluso en el enunciado de los ejercicios. Por ejemplo: “Mamá ha llevado huevos a la cocina y papá tiene tornillos para reparar algo”. Es muy impactante. También en la manera en la que se cuenta la Historia, siempre desde la óptica masculina.

¿Vamos de una u otra forma hacia unas relaciones más difíciles entre hombres y mujeres?

Quizás es más difícil para los hombres, porque siempre es agradable el tener a alguien completamente pasivo, sumiso, a tu lado, aunque luego las mujeres se lo hagan pagar con las famosas escenas conyugales. Ahora que existen los anticonceptivos, que existe en parte el aborto, que las mujeres rechazan los tabúes sexuales y dicen ser libres sexualmente, los hombre se aprovechan para imponer relaciones sexuales. Por eso, las agresiones sexuales son mucho más frecuentes hoy que antes. “No eres una mujer libre si no te acuestas conmigo”. Pero la libertad no consiste en acostarse con todo el mundo, todo lo contrario. Existe un abuso por parte del hombre que hace que las conquistas de las mujeres se vuelvan rápidamente en su contra.

“Lo que aconsejaría a todas las mujeres es que trabajen, que obtengan la cualificación más alta que puedan y que tengan un trabajo lo más interesante posible, pero, sobre todo, un trabajo que les asegure la independencia económica”.

Es un combate individual en casa e implica una búsqueda de compromiso, requiere mucha determinación y esfuerzo.

Es en las reuniones entre las mujeres que podrán tomar conciencia de la injusticia de su condición y rechazarla. Si se sienten unidas, respaldadas, si saben que hay otras mujeres que luchan de la misma forma, estarán mucho más preparadas para iniciar esta lucha.


¿Querés ver la entrevista televisiva completa? Hacé clic acá (Entrevista completa con subtítulos en inglés).

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45 comentarios en “La vida doméstica es lo más opresor”

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