En mi círculo de amistades y seres queridos no hay ni una persona que no haya usado al menos una vez en su vida una app de levante. Estas aplicaciones son para nuestra generación lo que el levante en lugares físicos era a las generaciones de mis hermanxs más grandes. Mucha de nuestra actividad sexual se la debemos -para bien o para mal- a estos benditos algoritmos.
Me gusta pensar que para quienes nos escapamos de la cis-heterosexualidad obligatoria estas apps funcionan como una especie de agente democratizador del placer, el goce y, por qué no también, el amor. Las apps de levante nos permiten conocer a otrxs que están buscando lo mismo que nosotrxs, pero sin tener que salir de nuestra casa, mostrando tanto como queremos o podemos y a través de un dispositivo que en general es de uso individual. A diferencia de los bares, calles o boliches LGBTQI+, no es necesario ir para poder disfrutarlos, con el potencial riesgo que en el camino alguien nos pueda reconocer. De todas formas, sería un poco naive presuponer que en la versión algorítimica del mercado del levante no hay riesgos o aspectos negativos.
La primera vez que usé Grindr -una app de levante gay- tenía algo así como 19 años, aún estaba en el famoso closet y me bajé la app solo para ver qué onda. Recuerdo que me pareció un flash ver un menú tan amplio de chicos gays de distintas edades, formas y colores. Yo era tan nuevo en todo este mundo que me pareció increíble. Por aquel entonces vivía en San Martin-Buenos Aires y me fui a pasar el fin de semana largo a mi pueblito natal donde mi vida era 100% heterosexual. Recuerdo que olvidé sacar mi foto de perfil y que algunas horas después me llegó un mensaje de un conocido que me había mandado una captura de mi perfil diciéndome: “che, ¿sos vos o te hackearon?”. La adrenalina que sentí y el miedo que recorrió cada una de las células de mi cuerpo fue como si estuviera recibiendo un shock eléctrico de 220 voltios.
A ese chico le contesté que yo no era, que cómo podía ser yo, que alguien estaba usando mi identidad y que justo, justísimo, le apareció a él cuando yo llegaba al pueblo después de meses de no venir. Pero como mi caso necesitaba ser aún más blindado, decidí también acompañar mi alegato con un posteo de Facebook. No, yo no era gay y ese no era mi perfil. Aunque sí.
Hoy me río mientras se lo cuento a un amigo. En aquel entonces me valió algo parecido a un ataque de ansiedad.
Hace algunos días, y en otra app que no es de levante, se viralizó un video de un chico que navegaba por Grindr con la intención de “encontrar su futuro novio olímpico”. Se metió en la app, activó la opción “grabar pantalla” de su teléfono, puso la lupita geolocalizadora e indagó sobre los chicos gays que aparecían en la Villa Olímpica de Tokyo 2020. El video duraba apenas 10 segundos y en solo un par de horas se volvió viral. Más de 140 mil reproducciones y 10 mil me gustas. Ellos, a diferencia de mí, no recibieron un mensaje que decía “che, ¿sos vos?”, simplemente fueron expuestos en otra red social ante cientos de miles de otras personas. Sin su conocimiento, sin su consentimiento.
El caso es incluso más grave. Si ya exponer la privacidad de una persona para conseguir algún que otro me gusta no fuera suficiente, muchos de estos chicos son de países donde las leyes y/o la sociedad penalizan el hecho de ser LGBTQ+. Tres de las delegaciones que compitieron en estos juegos hasta penan con la muerte “los comportamientos homosexuales”. En otras tantísimas delegaciones, son las sociedades las que persiguen a los miembros de la comunidad. De otras tanto provienen cada vez más personas que solicitan refugio en terceros países porque son perseguidos por sus sexualidades o identidades de género. Incluso muchos de los perfiles que ese chico decidió exponer tenían textualmente escrito en sus perfiles que aún estaban en el closet porque venían de países que son peligrosos.
En Egipto, por ejemplo, se utilizó hace no tanto una técnica similar en las aplicaciones para perseguir, torturar y encarcelar personas por ser gays. En los Juegos de Río, un periodista se hizo pasar por un usuario gay de una app para mostrar como primicia en una nota a deportistas gays enclosetados. Ambos ejemplos están objetivamente mal, son dañinos, violan los derechos humanos más elementales y supusieron riesgos de vidas para las personas. Pero ambos ejemplos fueron cometidos por personas heterosexuales. Perdón por la crudeza, pero yo de ellxs no espero un comportamiento muy distinto. O por lo menos no a priori…
En cambio, de otros miembros de la comunidad yo sí espero un nivel de sensibilidad, empatía y consciencia mayor porque ellxs viven en carne propia la (des)dicha de romper el contrato heterosexual. No obstante, cada vez sospecho más, quizás equivocado, de que hay cierto imperativo intra comunidad LGBTQ+ de salir del closet, como si eso fuera tan fácil, como si eso fuera una acción única e irrepetible o como si eso fuera el telos de nuestra propia historia. Un imperativo que nos lleva, por ejemplo, a exponer a estos deportistas porque asumimos que todxs estamos fuera del closet o que queremos estarlo, cuando no hay nada de obligatorio en ello.
Quienes abogamos por una sexualidad libre de limitaciones, también tenemos que entender y sobre todo respetar la decisión de aquellas personas que no desean salir del closet. Sacar a alguien del closet es tan violento como discriminarlo y puede tener los mismos efectos negativos. ¡Y entre las personas LGBTQ+ lo hacemos mucho!
-Che, mirá quién me apareció en Tinder. No sabía que era gay.
-¡No, boludo!
Yo también fantaseo con la idea de una sociedad en la cual no haya que salir del closet, donde la heterosexualidad no sea el sentido común, pero en el mientras tanto comprendo que las reglas del juego son estas. Y no es que haya en mi palabras resignación, por el contrario, lo que hay son unas ganas terribles de usar mi abanico como capa de superhéroe y subvertirlo absolutamente todo. Pero ese subvertir siempre, absolutamente siempre, tiene que ser respetuoso de los tiempos ajenos. Yo no quiero que nadie viva esos 220 voltios que sintió mi cuerpo allá en el 2016. Por el contrario, quiero que todes vuelen con la liviandad con la que lo hace mi cuerpo del 2021, pero sé que eso no fue ni es fácil.
7 comentarios en “Historia de apps, olimpismo, reinas y salidas de closet”
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