Patricia Furlong hoy es la Vicepresidenta de American Express. Al principio: una infancia difícil y aprendizajes que le marcaron un camino de esfuerzo y también de potencia. Habló con QUERIDAS del dogma del trabajo y la independencia que tiene memorizado desde chica, la cultura machista, el poder de las mujeres, cómo quebrar barreras y cuánto nos falta para alcanzar la verdadera igualdad.
Patricia Furlong hoy es la Vicepresidenta de American Express. Ayer y tiempo atrás recorrió caminos sinuosos, difíciles. Tenía solo 3 años cuando su mamá enviudó. Eran tres pequeños hermanos y una mamá que tuvo que salir a trabajar para darles de comer. “Trabajar siempre fue un dogma para mí. Las situaciones difíciles ayudan a crecer y fortalecerse. Las mujeres somos fuertes. Podemos arreglárnoslas solas”.
Patricia habla pausado, encuentra las palabras exactas que revelan lo que piensa, sin titubeos, como si siempre, desde niña, hubiera sabido cuál era el camino. Habló con QUERIDAS sobre su historia, su recorrido y sobre las mujeres que le marcaron la cancha y la impulsaron a crecer sin cercos. También, sobre la cultura machista, la maternidad y la carrera laboral, los juegos políticos de los varones en las empresas, y los roles domésticos que todavía empujan la balanza hacia la espalda de las mujeres.
Sos una mujer líder en una compañía financiera. ¿Cómo lograste alcanzar ese lugar?
Hay varias razones. Algunas tienen que ver con mi formación y de donde vengo, pero alcancé esta posición porque tuve una jefa que fue quien me contrató, que buscaba a una mujer para este cargo. Es muy importante que haya mujeres en posiciones de liderazgo que empujen a otras mujeres, para que haya diversidad en sus equipos, para empujar a las mujeres a crecer. Yo llegué acá por aquella jefa mía que era mejicana. Además, la responsable de Recursos Humanos puso el énfasis en la capacidad de liderazgo y no en el conocimiento de servicios financieros.
“La independencia económica era un dogma para mí como mujer. No había otra alternativa”.
¿Y por qué te eligieron a vos?
Primero, porque me formé muchos años para poder liderar. Y por mi historia. Mi mamá quedó viuda cuando era muy joven; yo tenía 3 años, mis hermanos tenían 4 años uno y 2 meses el otro: para mí el tema del trabajo siempre fue un deber. Yo tenía que trabajar. La independencia económica era un dogma para mí como mujer. No había otra alternativa. Y siempre pensé en hacerlo lo mejor posible. Siempre pensaba qué necesitaba para tener un buen trabajo. Fui al Colegio Nacional Buenos Aires, que me dio una muy buena formación de base, de exigencia, de altísima calidad, y ése fue el camino. Siempre fui a escuela pública: primaria pública, el Nacional Buenos Aires y después la Universidad de Buenos Aires. A medida que avanzaba, me preguntaba ¿qué voy a necesitar? ¿Inglés? Estudiaba inglés. ¿Otros idiomas? Estudiaba italiano. Computación. Iba buscando qué más necesitaba. También influyó mi experiencia laboral. Nunca me quedé mucho tiempo en un lugar, siempre balanceaba lo que me llevaba de cada posición y lo que yo daba en cada posición. Siempre busqué aprender. Y, además, creo que tengo una personalidad que me ayuda a avanzar, a liderar. Tengo una visión bastante integral de los negocios. Me gusta ver todo, me gusta abarcar todo. Esa inquietud me sirvió para no especializarme en algo particular sino siempre estar mirando lo macro. Lidero unidades de negocios desde hace más de quince años. Nunca supe qué iba a hacer, pero siempre supe dar el siguiente paso como para no quedarme. Fue un camino.
¿Sin miedo?
No, con miedo. Asumiendo riesgos. Tuve posiciones bastante complejas, situaciones de crisis de negocios. Así aprendí. Las situaciones difíciles te ayudan, necesariamente, a aprender.
Volviendo a tu historia, tu infancia. ¿Trabajaba tu mamá en el momento en que enviudó?
En ese momento mi mamá era vendedora en un comercio de decoración. Tenía 25 años, tres hijos muy chiquitos, uno recién nacido. Y sola. Se arremangó y salió a trabajar para mantenernos a los tres. Ella era maestra. Yo soy de Bahía Blanca. A los pocos años nos mudamos a Buenos Aires. Ella empezó su carrera de Psicología Social, trabajó muchos años en posiciones de venta, llegó a gerenta comercial. Logró desarrollarse, crecer. Aprendí que hay que salir a la calle y arreglarse. Tengo recuerdos de épocas que no eran fáciles, que no alcanzaba la plata, amigas que la ayudaban para llegar a fin de mes. Todos empujando. No fue fácil. Pero son los ejemplos. Es lo que une ve, lo que va formando el carácter, el espíritu, la capacidad de poder seguir adelante.
Ejemplo enorme.
Fundamental. Me demostró que las mujeres somos fuertes, que nosotras nos podemos arreglar solas. Que podemos salir y buscarnos nuestro propio destino, sin victimizarnos. Después mi mamá se volvió a casar y tuvo otra hija, que nació cuando yo tenía 19 años. Mi mamá fue un ejemplo para la familia. Las mujeres podemos hacer lo mismo que los hombres. Eso lo tengo muy embebido desde siempre. “Yo cocino y vos lavás”, les decía yo a mis novios. Para mí siempre fue todo muy equitativo.
“Es muy importante que haya mujeres en posiciones de liderazgo que arrastren a otras mujeres, para empujarlas mujeres a crecer”.
En las escenas de tu infancia, ¿ayudaban de igual manera tus hermanos varones?
Yo ayudaba a mi mamá bastante más que mis hermanos. Siempre me rebelé ante la situación de tener que ocuparme yo más que mis hermanos. En ese momento no lo tenía en claro, pero después cada una de las decisiones, grandes o pequeñas, que fui tomando tenían que ver con negarme a asumir un rol más doméstico. De alguna manera le fui esquivando a eso. Aprendí eso. Mi abuelo nos enseñó a manejar a todos cuando cumplimos 10 años: a mis hermanos y a mí. Yo usaba la ropa que mi hermano dejaba de usar. Tenía la remera de la fórmula 1. Había poca diferenciación en términos de género. No recuerdo haber sido la princesita de nada nunca. Siempre tuve muy claro que somos todos iguales.
“Las mujeres somos fuertes, nos podemos arreglar solas. Podemos salir y buscarnos nuestro propio destino, sin victimizarnos”.
Asumiste la vicepresidencia en American Express con un bebé de 9 meses. Estrenaste nueva posición y maternidad en simultáneo.
Sí. Incluso empecé con una semana de trabajo en México. Mi marido se ocupa mucho de nuestro hijo. El se las arregla, y si no puede resolverlo llama a alguien para que lo ayude. Cuando yo empecé a trabajar acá, a los dos meses él renunció a su trabajo, quería cambiar de perspectiva. Me dijo “bueno, ahora vos tenés trabajo, yo me voy a tomar mi tiempo para ver qué quiero hacer”. Estuvo unos ocho meses sin trabajar, y lo vivió muy relajado. Me parece que esa es una licencia que los hombres se tienen que poder dar, y que se tienen que dar cuenta de que eso es posible, que no son los proveedores, los responsables.
¿Cómo fue la decisión? ¿Decidiste cambiar de trabajo cuando tenías un bebé?
No fue tan color de rosa. Yo me tomé licencia de mi trabajo anterior. Cuando volví a trabajar, a los cuatro meses, la empresa se había achicado y acordamos que no tenía mucho sentido que yo volviera. Así que de repente me encontré con que estaba en mi casa con un bebé, dedicándole un tiempo que yo tenía planificado dedicarle. Yo estaba lista para volver a trabajar y me encontré con un escenario de incertidumbre.
“Hay un juego político en las organizaciones que hace difícil la evolución de las mujeres. Es un juego político que tiene que ver con la cultura patriarcal, con el machismo, con el posicionamiento de los varones en sus núcleos de desarrollo”.
¿Cuáles son los principales obstáculos que deben enfrentar las mujeres para crecer laboralmente?
Yo tengo 46 años, fui mamá a los 38 y creo que hasta que no me metí en los temas de diversidad no tenía muy clara toda esta problemática. Hace diez años te hubiera dicho que no había problemas, que dependía del interés que una mujer tuviera por crecer, de su formación, el empuje, la dedicación y la personalidad. Después me topé con situaciones que me hicieron verlo distinto. Entendí que hay un juego político en las organizaciones que hace difícil la evolución de las mujeres. Es un juego político que tiene que ver con la cultura patriarcal, con el machismo, con el posicionamiento de los varones en sus núcleos de desarrollo. En las empresas los hombres se van posicionando entre ellos, manejan sus grupos sociales y de afinidad para ir arrastrándose unos a otros en sus carreras. Hay una dinámica en la que las mujeres no participamos o no sabemos participar. Para un varón machista no hay nada más cómodo en la vida que ser varón y machista, con una mujer al lado que lo ayude, lo acompañe, le resuelva y él pueda crecer: que tenga todo el sostén que necesita para poder dedicarle el tiempo a tu carrera. No volver a su casa a ocuparse de su familia, no ocuparse de las compras. Aunque la mujer no lo haga ella misma, es quien planifica la vida del hogar. La mujer la que sabe si hay o no azúcar, la que le pone una nota al hijo en el cuaderno de comunicaciones, la que mira los cuadernos y ayuda a los hijos a estudiar para los exámenes. Los varones no tienen eso incorporado como responsabilidad. La que lidera, planifica y arma la estrategia es la mujer, aunque no esté en el día a día en su casa. Y en la vida social laboral hay un juego que las mujeres no sabemos jugar bien, que tiene que ver con el relacionamiento, los espacios informales, el fútbol semanal de los varones. La mujer no termina de insertarse en ese grupo ni genera algo diferente.
¿Por qué no se construyen también cofradías de mujeres en las empresas?
No es una rutina. Mi caso es un buen ejemplo de cómo unas mujeres arrastran a otras. Es importante que las mujeres lleguen, que arrastren a otras mujeres, pero también es importante que los hombres tengan una sensibilidad distinta con respecto a este tema, que puedan pensar en tener un equipo diverso, y no sólo que lo consideren políticamente correcto (aunque ése pueda ser el inicio). Estamos en ese camino. También creo que tiene que haber mecanismos formales.
“Para un varón machista no hay nada más cómodo en la vida que ser varón y machista, con una mujer al lado que lo ayude, lo acompañe, le resuelva, y él pueda crecer”.
¿Qué hace American Express en ese sentido?
Tenemos un equipo de diversidad, tenemos una red de mujeres. Trabajamos por bandas jerárquicas. Se analiza el talento de todos los niveles, y el de todas las mujeres en cada banda, por si no se consideró a alguna mujer por prejuicios o sesgos de género, por si su jefe no la consideró alto potencial, por si no hay un alto potencial oculto. American Express tiene en cuenta todo el tema de los sesgos inconscientes. Eso aparece formalmente plasmado en un calendario de evaluación de talento de la compañía. Al mismo tiempo, hay una guía para tener en cuenta sesgos inconscientes. Y tenemos porcentajes de diversidad deseados.
¿Cómo son los porcentajes de mujeres y varones?
65% de las personas que trabajan en American Express son mujeres. El 50% del directorio somos mujeres. Estamos muy bien en todos los niveles jerárquicos. Creo que la cultura de Amex hace que sea un lugar donde las mujeres quieren trabajar. Es una empresa muy sensible a los temas de género. Nos interesa estar a la vanguardia en la adopción de políticas sobre igualdad de género.